Nos guste o no, la libertad de expresión -y de caricatura- existe. Eso, pese a quien pese. Los efectos secundarios incluyen que alguien pueda hacer burla de un modo que yo considere ofensivo. A cambio, yo tengo la libertad de cachondearme de lo que me parezca, exagerarlo hasta el ridículo o ser sangrientamente sarcástico.
En Francia se juzga al director de una revista satírica por publicar las famosas caricaturas de Mahoma que hace unos meses fueron objeto de polémica.
De hecho, yo estoy preparando un trabajo polémico que pronto colgaré de la bitácora. Pero me ampara la libertad de expresión. Espero que a nadie se le ocurra juzgarme por ello.
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