La narración de historias se encuentra hondamente anclada en el comportamiento social de los grupos humanos antiguos y modernos. Con éstas palabras iniciaba Will Eisner (1917-2005) el primer capítulo de su segundo volumen dedicado a la teoría de los cómics, llamado "La narración gráfica". En resumen: leemos historietas porque nos encanta que nos cuenten historias.
Ese es mi caso. Pasé de las historietas de superhéroes a lo que se llama pomposamente cómic europeo por la profundidad de las historias que me contaban. No quiere decir que una buena historia de Conan -preferentemente dibujada por John Buscema y entintada por Ernie Chan- me deje indiferente. Y gran parte de la culpa de dicho cambio la tenía la desaparecida Cimoc, algunos números retapados de Comix International y Cairo. En sus páginas descubrí a gran parte de los autores que hoy día leo. Sí, sí, también hojeo El Víbora.
El caso es que llegó André Juillard. Debería haber leído antes sus 7 vidas del gavilán pero, cosas de la vida, la obra que guionizó Cothias y dibujó Juillard llegó a mis manos después. Admito que el dibujo de Juillard no me gustó al principio. El modo en que resolvía los rostros no me agradaba en demasía. Pero sí ví un dominio del dibujo y la ambientación muy poco común. Además estaba su coreografía de la esgrima del siglo XVII. Merece la pena examinar la pelea entre las páginas 33 a 37 del 7º volumen. Fijaos en los detalles, los movimientos de los brazos, el modo de empuñar la espada (atentos al dedo índice). Me conquistó, en suma.
Sí, el manejo de la acción de Juillard me conquistó, pero yo ya le conocía. Cimoc publicó por entregas su Diario Azul. Una historia de amor atípica que Juillard escribe y dibuja. Louise, Bobo, Víctor, Elena... la visión de la desnuda Louise provoca reacciones en los dos hombres. Uno se lanza a conquistarla, el otro escribe un diario sobre ella...
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